27.1.15

prohibido olvidar. notas indocentes para inicio de curso



que qué hacemos aquí otra vez es la pregunta, que qué hacemos con todo esto de aprender, enseñar, conocer, informar, comunicar, crear... y también certificar!

que la memoria es un trabajo cotidiano y colectivo, que no hay ningún pasado más que el presente que lo anima, que la lucha por la memoria es la primera de todas

que la autonomía y la libertad no se hacen yendo a marchas (aunque ayude) y tampoco siendo “los/las que hacen cosas diferentes divertidas raras sentimentales” en la universidad, pues aunque ayuda no basta

que de todos los saberes (y vaya que hay saberes!) este de dialogar y organizar y aprender entre los/las diferentes es el más canijo, que estamos a años luz de desaprendizajes para crear las comunidades que nos abriguen nos cobijen en medio de esta guerra de exterminio

que miremos de pronto lo que ahora nos recuerda un nuevo estudiante de primer semestre, uno que dice que le gusta “la felicidad que es producida por las cosas más sencillas”, y que refresquemos la mirada para reconocer qué hacemos aquí

que no me bastaría el mundo mundial para agradecer a todos y todas con los que he caminado estos tres años de aula abierta, pero que agradecer y dar valor a la influencia de los otros es vital, es vital

al decir sus nombres aquí afirmó que no ha habido nadie Como cada uno de ustedes: Arturo, Adrián, Alejandra, Juan Carlos dandy, Sinaí, Elizabeth, Judith, Fely, Carlos, pilar, Alberto, Emilia, Octavio, Ricardo, Mari José... y la lista se expande.

cada uno ha soportado todas mis impuntualidades y deshabilidades, y me ha dado la mano para continuar, porque desaprender no se puede hacer solo.

que a pesar de la universidad queremos a la universidad, que a pesar de ella hemos hecho comunidad, porque habitamos en sus márgenes cohabitamos en ella. Porque apostamos a que el día que no haya universidad seguiremos haciendo comunidades que se transformen a sí mismas, o al menos siguiendo esa utopía




 








6.1.15

Ayotzinapa (2)

Pero Ayotzinapa es un centro de guerra. Enlazarse a ese centro es desnudarse frente al dolor, es colocarse en el lugar de la próxima desollada. Es colapsar el sentir y el saber, y sin ninguna teoría constatar aquello que Klee-Benjamin expresaron en el ángel de la historia. Constatar que todas las relaciones de las que estamos hechos, todo aquello en lo que participamos para producir el mundo (sin lo cual, por otro lado, no somos nada), todas las esferas concebibles de acción, la lengua misma, cada cosa, cada bit, cada aliento están ligados -le son consustanciales- a la gran máquina del progreso que aniquila la vida.

No se trata ya de los asesinos contra las víctimas, con Ayotzinapa se ha hecho claro que no es posible ningún tipo de justicia; ningún tribunal podría equilibrar lo que se ha violentado, lo que no cesa de violentarse. El exterminio final, en el que por mera temporalidad estamos vivos, es un Apocalipsis sin juicio. Esto es Auschwitz a domicilio, sociedad que se ordena como campo de concentración; Hiroshima en cámara lenta. La acción acumulada de todos los genocidios de nuestros pueblos colonizados.


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